lunes, 14 de julio de 2008

V



V



De regreso en su mundo tácito y monótono, todo era normal. Como si estuviesen acostumbrados que cosa curiosas pasaran alrededor de ellos, pero quizás a esa altura ya nada incomodaba, después de cometer crímenes era dudoso que pudiese incomodarles algo. Era parte de su costumbre sentir la calidez del líquido que fluye por los cuerpos de los seres vivos sobre sus manos, cara, cuerpo en general. Después de todo la costumbre rige sobre todos los humanos y ellos no eran la excepción.

Por su parte Mathew empacaba las maletas, mientras Helena aún un tanto inmersa en sus pensamientos tomaba un baño, lo mejor sería no dormir, ya que debían estar en el aeropuerto a las cinco de la madrugada, con sus documentos falsificados. Durante algunos días Helena tomaría prestado el nombre de Jimena Sanders, sus dedos estaban arrugándose en la tina y el agua comenzaba a enfriarse cuando se decidió a salir, provocando que su piel se erizara por el frio, hasta el mas recóndito lugar de su cuerpo, que lucía algunas cicatrices en las piernas y un corte un tanto reciente en un brazo.

Cecil en tanto, miraba la televisión, con un aire perdido. Mathew empacó un pequeño relicario, que había pertenecido a su madre, la cual siempre había sabido la verdad acerca de la identidad de su hijo y había callado durante toda su vida para que su padre no emprendiera acciones contra él. El ambiente estaba tenso para Helena y Mathew, ahora que ella sabía la verdad se sentía confundida, Cecil se daba cuenta pero callaba ante el televisor de forma indiferente.

Helena se metió en la cama, con el cabello aun húmedo, y confiada, como siempre, se durmió.

martes, 15 de abril de 2008

IV


IV


Salí entonces de mis recuerdos y pensé que Victoria Luna podría estar en aquel lugar, volteé y busqué entre la gente que había allí, eran más de cuarenta. No estaba, me hubiese gustado verla, ella había sido para mí en ese entonces un ejemplo a seguir, mi meta fue ser un día como ella.
Me fijé en Cecil, tenía sus ojos fijos sobre los de Edward, quien a su vez devolvía la mirada con cierto desdén. Históricamente se han llevado mal, si bien no se odiaban no se gustaban, a veces eran buenos amigos, pero otras no querían verse mutuamente. Siempre pensé que eran muy similares, eso los hacía la pareja ideal. Negué con la cabeza y seguí mirando el entorno, era un lugar agradable y elegante, caminé hasta la mesa en busca de un bocado, pero antes de llegar un mozo me ofreció una copa de vino, la cual acepté.

Continué observando a la gente que estaba en el salón, algunos me saludaban y otros simplemente me devolvían la mirada. Seguramente el vestido de color gris que había elegido para esa noche resaltaba entre el negro de la vestimenta de todos. Miré entre la gente hacia donde se encontraban Megan y Mathew, ahora conversaban, aun manteniendo las miradas de desprecio mutuo; entonces vi una mata de cabello anaranjado acercándose en dirección a mí, era Victoria Luna, acababa de llegar o quizás, estaba y no la había visto, peor hubo algo que me sorprendió cuando la vi: Traía una sortija en la mano izquierda… Una sortija de matrimonio, me hice la desentendida y la salude muy efusivamente y ella a mi de la misma forma. Así nos pasamos casi toda la noche, bebiendo y riéndonos de nosotras mismas y porque no decirlo, de algunos de los invitados.
Pero llego la hora en la que el líder debía hablar… Edward subió al podio estaba aparentemente mareado. Le dirigí una mirada iracunda y dejó de tambalearse antes de subir. Pero antes de que pudiese articular una sola palabra algo perturbó la calma, de la nada un fuerte sonido y un apagón hicieron que todos nos quedáramos en silencio, me deslicé entonces entre las sombras y agarré a Edward de un brazo, antes de que reaccionara se dio cuenta de que era yo. Nos apegamos a una pared y de pronto comenzaron a sonar varios tiros de la nada.
Acto seguido salimos de allí mimetizándonos en la oscuridad, el pánico del momento se había apoderado de algunos y varios habían sacado sus armas, al llegar cerca del auto de Edward lo encontramos destruido, aparentemente alguien lo había destrozado con un bate de baseball o un objeto contundente, al momento de que un nuevo tiro sonó nos echamos al piso al mismo tiempo y sin mirarnos. No se oía ni un sonido en el aire, la persona que nos había baleado era imperceptible, lógicamente era alguien con experiencia. Y era obvio que alguien con más inventiva se había percatado de la reunión esa noche, y había mandado a hacer esos actos. No importaba mucho en ese momento, nos arrastramos por el suelo hasta quedas cubiertos por las ramas del jardín trasero de la enorme casa, allí permanecimos por alrededor de diez minutos que se me hicieron eternos, luego de ello, de la misma forma sigilosa caminamos por el patio que nos observaba hasta la reja, allí saltamos hacia el otro lado, dejé un trozo de mi vestido, desgarrado a esas alturas, colgando en una de las púas de la valla.
Caminamos por un tiempo indeterminado, hasta que los edificios comenzaron a desaparecer, llegamos finalmente, después de caminar por una carretera, hasta una casa al lado de un lago, parecía abandonada, la pared que daba al lago estaba destruida por la humedad y el resto de la casa estaba destruido posiblemente por el paso del tiempo, creí que era un buen lugar para refugiarnos por esa noche, pero algo andaba mal con Edward, estaba pálido, casi grisáceo, era como si a cada paso la energía vital se le borrará, en un momento me tomó del brazo.
- No entremos allí…
- ¿Porqué?- interrogué al acto
- No debemos entrar… -me jalaba con fuerza mientras hablaba
- No hables tonterías Edward… vamos…
Lo obligué a entrar, rompí la chapa de la puerta y entre, él se quedó pegado a la puerta, estaba aterrado, la casa por dentro no se veía tan mal como por fuera, era sencilla y elegante, de modo que me pareció un lugar acogedor. Miré a Edward al tiempo en que me sentaba en un sillón, sobre el cual se regaba la luz de luna. Entonces fijé mi vista en un cuadro que había sobre una chimenea, la cual iluminaba la vaga luz, pero me permitió ver en el a un hombre que se me hizo familiar, junto a una mujer y un niño que seguramente era su hijo, inmediatamente lo reconocí, era Edward. Entonces comencé a comprender el porqué de su malestar. Pero un detalle había expiado mi vista, otro niño, igual a Edward estaba en la foto, vistiendo ropas sucias, tenía una mirada asustadiza mezclada con un aire indefenso y su físico era delgado, como desnutrido. Entonces miré a Edward…
- ¿Hay algo que no me hayas contado?
Él, sólo asintió y me dejó entrever que algo le perturbaba tremendamente…
- Cuéntame por favor Edward.
- Yo era el más débil…- comenzó al tiempo en que miraba la fotografía – mis padres siempre prefirieron a mi hermano… Helena, mi verdadero nombre es Mathew- tomó la fotografía y me indicó al muchacho desarreglado, entonces pude ver claramente en su rostro señales de golpes y quemaduras- éramos gemelos, yo lo suplanté… lo asesiné y luego lo suplanté.
La historia de Edward, o Mathew me hizo entender muchas cosas. Como el porqué no se atrevía a ver su reflejo por más de 20 segundos, seguramente el hecho de ser igual al hermano al que había asesinado. Los ojos de Mathew Kholer en ese momento estaban como en otro mundo, no se qué pensaría entonces, lo que si sé es que yo no supe como reaccionar, podría incluso haber matado a un niño, pero no pude saber como confortarle.
La imagen de la casa no ayudaba mucho, era fúnebre entonces, abandonada, llena de polvo, destrozada y rayada por las paredes, no vi que era, la luz de la luna era muy suave y sólo podía ver las lágrimas de Mathew, sus lágrimas y tras él un piano, lleno de polvo, pero a su vez intacto, erosionado, pero no maltratado como el resto de la casa. Me puse de pie frente a Mathew, tomé su mano y lo guié hasta ese piano. Miré sus ojos, allí había más luz, se veían mas oscuros, seguramente ennegrecidos por el dolor, los recuerdos del maltrato, del hambre. No hay danzar de palabras que se pueda acercar a la marcha lúgubre y triste del momento, era como si cientos de susurros le hablasen recordándole lo penoso de su pasado, como si el dolor se evocara por cada uno de sus poros, pero no podíamos salir de ahí , y si lo hiciéramos los recuerdos seguirían atormentándonos y la tormenta que ya se había desatado afuera nos dejaría empapados, ahora la luna se había ocultado tras las nubes, lo obligué a sentarse y me pegué a la ventana, mis sentidos comenzaban a tartamudear y mi razón estaba ausente, no sabía que hacer, era desesperante, así pasó una fracción de tiempo, no estoy consciente de cuanto fue, pero corrían los minutos, como eternos, quizás fueron segundos, no lo sé. Sentí desesperación al no poder hacer nada por la única persona real que tenía, tan sólo estaba allí parada mirando por el ventanal el caer arrítmico de la lluvia.

Helena Andreotti estaba de cara al vacío en ese momento, como si no pudiese hacer nada, pero ella lo podía todo, podría, pudo, pero no lo hizo, la mente de Mathew Kholer estaba en pleno colapso, la mezcla de desdicha, deseos de volver a matar a su hermano, matar su recuerdo, matar cualquier vestigio de vida en ese lugar, pero sólo había uno, algo lo cegaba, veía en el cuerpo de Helena a su hermano, igual a si mismo, mirando por la ventana, esperando, rogando por ser asesinado. Sacó su arma de mano, se levantó y se acercó a la mujer, ella no lo notó, él era tan imperceptible como las sombras de la noche.

jueves, 10 de abril de 2008






III



Beirut, El Líbano, año 2002

Una misteriosa mujer española, llamada Victoria Luna esperaba la llamada de la persona encargada de acompañarla en una de sus ultimas misiones, a pesar de que esperaba a la favorita del líder no se confiaba, ella era una de las mejores y podía hacerlo sola, o al menos eso creía ella. Un transmisor de radio y un teléfono aguardaban sobre la una mesa cubierta por una gruesa capa de polvo, la habitación era oscura y a través de una pequeña ventana cubierta de persianas se filtraba la luz del sol, que afuera hacia arder a la ciudad, a pesar de ello el lugar era frio y prácticamente sin vida a excepción de la mujer que aguardaba sentada cerca de la ventana. Sus características físicas eran normales, podría mezclarse fácilmente con una multitud. Medía alrededor de un metro y sesenta y cinco centímetros, sus cabellos eran una mezcla de rojizo y marrón que contrastaban con sus ojos verdes. Finalmente el teléfono sonó, tres timbrazos, como era su costumbre, la hora de realizar la misión había llegado. Victoria Luna se dirigió hacia el norte de Beirut, como siempre mezclándose entre la multitud. Una mujer vestida de estricto negro la aguardaba en la plaza de la zona. El sol comenzaba a ocultarse y el frio se dejaba caer. Ambas mujeres se reunieron, eran diametralmente opuestas, al menos físicamente, mientras que Victoria Luna poseía hermosos ojos verdes, los de la mujer que la aguardaba en cambio eran un marrón claro, el cabello de Victoria era Rojizo, en cambio el de la otra mujer era negro azabache, la piel de Victoria tenía las marcas del sol, en cambio la otra mujer parecía un cadáver por la blancura de su piel, que casi jamás veía el sol.

- ¿Andreotti?- interrogó Victoria.
- La misma- contestó la otra mujer un tanto inexpresiva
- Ya es hora…
- Pues vamos- repuso la blanca mujer denominada “Andreotti”, dirigió a Victoria Luna hasta el rincón más oscuro de la plaza y allí un hombre las esperaba.
Él no saludó y solo les indico una enorme casa, junto con un plano de la casa en su interior, justo al frente de la plaza de esa zona. Fernanda Andreotti y Victoria Luna avanzaron a una curiosa velocidad para ser personas comunes, quizás podrían haberse confundido con dos plumas por sus cuerpos esbeltos y su modo rápido de deslizarse sin ser vistas. Al llegar a la entrada de la suntuosa casona que allí estaba un guardia se les acercó interrogante. Victoria Luna sólo hizo cinco movimientos sobre su pecho y el hombre cayó muerto, ni solo ruido en el aire, Andreotti miró a los ojos a Victoria y con una mirada decidieron que era hora de actuar.

Al llegar a la entrada de lo que era la casa en si, se cercioraron de que no hubiese nadie. El resto fue pan comido para ellas, avanzaron sin ser notadas, y llegaron a la habitación más lujosa y extravagante que hayan visto en toda su vida, allí, metido entre las sabanas, sin sus armas ni sus guardias con un aire sumamente indefenso Abdel Wâhed, un terrorista refugiado en Beirut. Ese día fue el fin de aquel hombre, desde entonces sólo tuve comunicación con Victoria Luna a través de cartas.

sábado, 5 de abril de 2008

Crónica de una mente enferma



II

Esta misión tan especial para mí, no la haré sola, Edward el propio líder irá junto a mí, después de lo ocurrido en la ultima misión fura del país no me dejará sola bajo ninguna circunstancia.

Me desperté arrullada entre los brazos de Edward, seguramente me llevó hasta la cama y no lo percibí, me costó despertar, al hacerlo Edward también lo hizo, se escuchaba una melodía mágica en el aire, era pacífica, serena, no se de donde provenía, me incorporé en la cama y lo primero que vi fueron tres pasajes de avión y algunos documentos necesarios para el viaje que emprenderíamos al otro día. Esta misión era importante, quizás era la misión de mi vida, y la vida quizás es como una película, y esta película que resultaba ser mi vida ahora comenzaba a ponerse interesante. Edward irá conmigo porque en una ocasión resulté herida, una puñalada en el vientre hace tres años acabó con la existencia del ser de tres meses de vida que se escondía en mis entrañas y casi acaba con la mía también. Edward jamás se perdonó haberme dejado sola en aquella misión.
No se porque esta melodía me recuerda esta triste escena de mi vida, seguramente la ópera me pone melancólica, siempre ha sido así.

Miré entonces por el ventanal, fijándome en el enorme reloj que decora suntuosamente el edificio de enfrente, eran las 8:30 de la mañana del domingo 19 de Septiembre del año 2009 y el día es gris, cae llovizna y ya hay movimiento en la ciudad.

La ciudad nunca, duerme, tiene vida propia, respira y la sangre corre por sus cientos de venas, la ciudad tiene su lado hermoso, pero a la vez posee un lado macabro, y eso es lo encantador de estar en ella, no sabes si eres parte de lo hermoso, o lo macabro.

No lo negaré, no quería levantarme, era temprano aun y Edward al parecer compartía la sensación de pereza, me jaló de regreso a la cama y me cubrió, nos quedamos así, largo rato, mirándonos directamente a los ojos, entonces recordé porque estaba con él. Edward no es más que un niño pequeño y asustadizo, con miedo a la soledad, con un disfraz de bestia encima, siempre se refugia en mí y yo adoro eso.

De pronto sonó el teléfono, me apronté a contestar, una voz femenina me anunció su llegada, la reconocí porque me llamo “Hel” y además por su marcado acento extranjero, instruí a la muchacha en como llegar y dejé el auricular de lado, le comenté a Edward de la llegada de Cecil. Él solo suspiró con flojera y me jaló otra vez a las sabanas, besé su mejilla y él en respuesta besó mis labios. Veinte minutos después me levanté y le llevé a Edward una bandeja con el desayuno, yo nunca como por las mañanas, me da asco. En especial por esos días, algo andaba mal, me daban asco más cosas de lo común; me vestí, salí y crucé la calle hasta la farmacia, allí compré una bolsa cargada de guantes de látex, alcohol de curaciones, cuando llegue Edward permanecía acostado.
Me pidió cancelar la misión, pero yo me negué, era muy especial como ya mencioné antes, no la dejaré. Seguimos discutiendo acerca del tema, pero no me convencía el hecho de dejar que mi victima anduviese feliz por la vida por el solo hecho de que él tenía miedo, un tonto miedo a la muerte.

Treinta minutos después sonó el timbre y me acerqué a la puerta y miré por el ojo de cristal que había en ella, del otro lado una mujer de alrededor de un metro y sesenta centímetros esperaba luciendo una blanca sonrisa que contrastaba con su ropa oscura y piel morena. Al reconocerla abrí la puerta y Cecil saludó alegre. La hice entrar y le di un café, me contó las novedades de su vida, y yo le conté las de la mía, consumimos así varios minutos, Edward se limitó a saludarla y ella con cierto escepticismo hizo lo mismo. Se llevaban mal por naturaleza, desde que se conocían, eran enemigos históricos, pero (no por ahondar más su rivalidad) se parecen de sobremanera, su manera de ser, ambos se escuchan aburridos al teléfono, su forma de pensar, incluso sus características físicas, son un dúo increíble. Se acercaba la tarde a pasos agigantados y debíamos estar en la reunión general de nuestra “agrupación…”
Encontré a Cecil un poco más delgada desde la ultima vez, su cara parecía la misma, con la diferencia de que la expresión era bastante más agradable que en la ultima ocasión que la vi.

Pasaron así las horas hablando de cosas con mucho y poco sentido, unas veces cosas que valoré y otras que realmente me parecían desfavorables, Edward en tanto solo la saludó desde lejos y permaneció leyendo una revista de espectáculos con desinterés en un rincón, se acercaba vertiginosamente la hora de salir de allí e ir finalmente a la reunión de la organización.

Cuando faltaron dos horas dejé de lado la conversación y me dirigí a prepararme, la reunión anual sucedería ese día, más de cincuenta asesinos reunidos, en un salón los autores de los crímenes más sádicos de toda América y parte de Europa. Era algo fascinante bajo mi perspectiva, salimos del apartamento temprano, antes de ir directamente al punto de reunión dimos varias vueltas por las calles de la ciudad, cuando faltaron treinta minutos Edward dirigió su auto hasta la enorme casa que había sido prestada para la reunión, llegamos allí y un hombre vestido de terno y corbata nos bario la puerta. El lugar estaba arreglado de forma soberbia, una enorme lámpara colgaba desde el techo y daba una luz amarillenta, la cual se suspendía sobre el reluciente salón, las paredes iluminadas con luces alógenas exhibían enormes cuadros, me acerqué a estos dejando de lado a Cecil y Edward. Examiné cuidadosamente tres cuadros hasta toparme con uno que mostraba una ciudad, la cual reconocí inmediatamente, era Beirut, el Líbano.

miércoles, 2 de abril de 2008

Crónica de una mente enferma


I



Dos ojos oscuros, inyectados de sangre y bañados en lágrimas me miraban, ahí estaba ella, con su abdomen cubierto de sangre, creyendo que al abrir los ojos absorbería un segundo más de vida, clavé más mi puñal en sus entrañas, haciendo que sus lágrimas brotaran abiertamente. ¡Que hermosa sensación! ¡Que espectáculo! ¡Toda esa sangre!
La sangre de la mujer que tantas veces ahogó mis sueños y ahora mi dulce venganza. Su cabello, su lindo y rizado cabello de color castaño, ahora sucio y enredado por la mezcla de sangre y lágrimas; retiré mi puñal de su abdomen, pareció calmar su dolor- ¿Porqué lloras corazón?- interrogué sarcástica y cruel, ella no me respondió y entonces deslicé mi cuchillo hasta su rostro de piel clara, ella tembló y rogó –Detente. Pero ya era tarde, destrozando su rostro hasta dejarlo deforme acabé con el ultimo séquito de vida en ella.

Me dirigí entonces al baño de la casa, aun con los guantes de látex puestos en las manos, abrí la llave de paso del agua y los limpie un poco de la sangre sin quitármelos, salí rápidamente del domicilio de la mujer que acababa de morir, el cual estaba ubicado en le número 25 de esa calle, me deslicé entre las sombras, las mangas de mi chaqueta aun estaban manchadas de sangre, llegué rápidamente a mi destino, toqué el timbre del humilde departamento, me abrió la puerta el mismo hombre de siempre, un tipo de facciones inexpresivas y curiosos ojos.
- Llegas tarde- Anunció
- Quise hacerlo placentero
- Entra- se hizo a un lado e ingresé a la morada que compartía con Edward, que era como lo llamábamos los más cercanos.
Es un departamento céntrico, ubicado en el décimo piso del edificio, antes de llegar lo pertinentemente lejos como para dejar más rastros, me quite los guantes, zapatos y chaqueta, los metí en una bolsa de plástico y los dejé ocultos, me solté el cabello, el cual rozó mi cintura, haciéndome cosquillas. Edward se había sentado delante del televisor en el sofá, y me senté a su lado, como siempre, en el mismo lugar, a su derecha.
- ¿Alguna novedad?- interrogué con expectativas de llamar su atención
- Llamó Daniel, el del armamento- respondió él, inexpresivo como siempre, en ese momento sentí el deseo de salir, salir corriendo y volver a sacar el corazón de mi víctima, me sentía frustrada de que él aparentemente me mirara sin ver y me oyera sin escuchar.
Pero sin embargo permanecí allí sentada en el psicodélico sofá de cuerina roja que contrastaba con las paredes blancas, al lado de Edward, líder de nuestra organización, lo más inquietante era que siendo yo su más cercana él fuese así de indiferente, era solo por las noches cuando lograba calmar esa sensación, al sentir su respiración sobre mi cara o a mi lado. A pesar de todo, muchas veces me siento secretamente agradecida de Edward, gracias a él puedo explayar mis más oscuras sensaciones y canalizar mi deseo de sangre. Con el paso de los años me he adaptado a su política de que ambos sabemos que el uno ama al otro y viceversa, pero ninguno lo dice. A veces me han faltado palabras para decir las cosas que siento, pero hoy sin más, se rompió el habitual silencio abrumador cuando Edward articuló una palabra de cariño en sus labios sólo para mí. Me acerqué a él y lo abracé largo rato, me quedé dormida.

Él muchas veces mencionó que yo era una asesina perfecta, por una razón muy válida y esta razón era que yo hacia una vida como cualquier persona normal, sin remordimientos por haber matado gente. En cambio Edward, bueno Edward pasa más tiempo pensando y esto lo hace reflexionar en la ética de los hombres y de vez en cuando esto le provoca crisis de sueño, las cuales yo trato de remediar bajo cualquier costo. Recuerdo el día en que lo conocí, fue algo curiosísimo, al menos para mí, me habían llevado para unirme a un grupo que era llamado “O.I.J.C” u organización internacional de justicia ciega, y que mejor para eso que ver al propio líder, pero él recién tomaba el cargo y parecía casi tan desinformado como yo –Un chiste- pensé mirando al tipo de diecinueve años con algo de compasión, era una tarde calurosa y lenta de verano, la ciudad dormía bajo el calor insufrible de las tres de la tarde. Siendo aun una muchacha de dieciséis años, no tenía acceso a las armas, pero sin embargo me entrenaron en las artes marciales, en la pelea con cuchillos y las técnicas de manipulación, esto me sirvió bastante al principio. Me uní totalmente un par de meses después de la muerte de mi madre, cuando cumplí los dieciocho años fui probada y enviada a matar a mi padre, pues bien, era un problema difícil, no un problema moral, si no que no sabía como no dejar pistas, simple, inculpando a otra persona, me dije un día, veneno fue lo que le quitó la vida, lo puse en su vino, dejando el recipiente con que contuvo al veneno entre las cosas del hombre ya mencionado, aun no tenía experiencia, era mi primera misión pero aun así resultó bien. Así se hizo, logré asesinarle e inculpar a un amigo de él, que iba casi todos los fines de semana, nunca lo soporté, ahora se pudre aun en la cárcel por un crimen que se piensa, él cometió; aquel hombre juró que probaría que yo había sido la culpable, pero soy histriónica, de hecho fue muy complejo para la psicóloga de los peritos penetrar mi mente, de hecho nunca lo hizo, porque claro, para ellos yo era una muchachita tímida, que acababa de perder a ambos padres de forma abrupta. Por aquellos tiempos Edward parecía más tímido, algunas veces me preguntaría como sería Edward si nunca hubiese asesinado a nadie, posiblemente sería como cualquier otra persona, es el sadismo en sus ojos lo que lo hace diferente. He vivido ya muchos años con él, pero aun así él no conoce todos mis secretos, y yo estoy cierta de que no conozco los suyos.

Ahora contaré por que y como decidí tomar el (para algunos) sórdido y horrible mundo del asesinato. Meses antes de mi cumpleaños número quince conocí a un tipo llamado Arturo, nunca conocí a alguien como él antes, muchas veces me pidió noviazgo, pero a mi poco me importaba y las rechazaba, un día sin embargo no se en que pensaba y le dije que si, grave error, con el paso del tiempo me enamoré perdidamente de este hombre y se convirtió en mi obsesión, no podía respirar si me faltaba y al estar con el sentía paz enorme y mucho amor, jamás amé antes así. Pero un día sin más su mirada de volvió fría e hirió al silencio anunciando <>, desde entonces según la gente me torné sin sentimientos, fría y lúgubre, pero yo si tenía sentimientos, había una herida en mi corazón que expelía veneno, este veneno limpiaba mi cerebro de las tontas reacciones causadas por el enamoramiento o la búsqueda del amor y a la vez hacia que mi estómago se contrajera. Ahora tenía una deuda con Arturo, gracias a él tenía un arma que pocos tenían y esa era la frialdad.

Como ya mencioné conocí a Edward una tarde de sol, me lo imaginaba como un tipo rudo, severo, valiente y por sobre todo astuto, mi decepción fue grande al encontrarme a un muchacho apenas un año mayor que yo, blando, de ojos asustadizos (en esa época) y algo tímido. Yo pensé que seguramente era por aparentar. Pero al convertirme en su mejor amiga me di cuenta de que él era como yo cuando tenía catorce años. Un día simplemente me acerqué a hablar con él, me daba pena verlo tan solo contra el mundo, seguramente no era fácil ser el líder, pero se preguntarán, ¿Por qué el líder tiene estas características?, muy simple, él no es líder por sus características sino que por herencia, su hijo será líder cuando él muera; con el paso del tiempo me convertí en la asesina mejor pagada y esto me trajo varios problemas, problemas de envidia de parte de los otros, sufrí intentos de asesinato, pero, recuerden, yo era la mejor. Aun así mi mente no ha tenido ilusión tal desde que hace dos días se me informó de mi nueva misión, esta vez debía matar a alguien que conocía, y a alguien que conocía muy bien, aunque han pasado ya diez años desde aquello aun disfrutaré matándote, Arturo.