miércoles, 2 de abril de 2008

Crónica de una mente enferma


I



Dos ojos oscuros, inyectados de sangre y bañados en lágrimas me miraban, ahí estaba ella, con su abdomen cubierto de sangre, creyendo que al abrir los ojos absorbería un segundo más de vida, clavé más mi puñal en sus entrañas, haciendo que sus lágrimas brotaran abiertamente. ¡Que hermosa sensación! ¡Que espectáculo! ¡Toda esa sangre!
La sangre de la mujer que tantas veces ahogó mis sueños y ahora mi dulce venganza. Su cabello, su lindo y rizado cabello de color castaño, ahora sucio y enredado por la mezcla de sangre y lágrimas; retiré mi puñal de su abdomen, pareció calmar su dolor- ¿Porqué lloras corazón?- interrogué sarcástica y cruel, ella no me respondió y entonces deslicé mi cuchillo hasta su rostro de piel clara, ella tembló y rogó –Detente. Pero ya era tarde, destrozando su rostro hasta dejarlo deforme acabé con el ultimo séquito de vida en ella.

Me dirigí entonces al baño de la casa, aun con los guantes de látex puestos en las manos, abrí la llave de paso del agua y los limpie un poco de la sangre sin quitármelos, salí rápidamente del domicilio de la mujer que acababa de morir, el cual estaba ubicado en le número 25 de esa calle, me deslicé entre las sombras, las mangas de mi chaqueta aun estaban manchadas de sangre, llegué rápidamente a mi destino, toqué el timbre del humilde departamento, me abrió la puerta el mismo hombre de siempre, un tipo de facciones inexpresivas y curiosos ojos.
- Llegas tarde- Anunció
- Quise hacerlo placentero
- Entra- se hizo a un lado e ingresé a la morada que compartía con Edward, que era como lo llamábamos los más cercanos.
Es un departamento céntrico, ubicado en el décimo piso del edificio, antes de llegar lo pertinentemente lejos como para dejar más rastros, me quite los guantes, zapatos y chaqueta, los metí en una bolsa de plástico y los dejé ocultos, me solté el cabello, el cual rozó mi cintura, haciéndome cosquillas. Edward se había sentado delante del televisor en el sofá, y me senté a su lado, como siempre, en el mismo lugar, a su derecha.
- ¿Alguna novedad?- interrogué con expectativas de llamar su atención
- Llamó Daniel, el del armamento- respondió él, inexpresivo como siempre, en ese momento sentí el deseo de salir, salir corriendo y volver a sacar el corazón de mi víctima, me sentía frustrada de que él aparentemente me mirara sin ver y me oyera sin escuchar.
Pero sin embargo permanecí allí sentada en el psicodélico sofá de cuerina roja que contrastaba con las paredes blancas, al lado de Edward, líder de nuestra organización, lo más inquietante era que siendo yo su más cercana él fuese así de indiferente, era solo por las noches cuando lograba calmar esa sensación, al sentir su respiración sobre mi cara o a mi lado. A pesar de todo, muchas veces me siento secretamente agradecida de Edward, gracias a él puedo explayar mis más oscuras sensaciones y canalizar mi deseo de sangre. Con el paso de los años me he adaptado a su política de que ambos sabemos que el uno ama al otro y viceversa, pero ninguno lo dice. A veces me han faltado palabras para decir las cosas que siento, pero hoy sin más, se rompió el habitual silencio abrumador cuando Edward articuló una palabra de cariño en sus labios sólo para mí. Me acerqué a él y lo abracé largo rato, me quedé dormida.

Él muchas veces mencionó que yo era una asesina perfecta, por una razón muy válida y esta razón era que yo hacia una vida como cualquier persona normal, sin remordimientos por haber matado gente. En cambio Edward, bueno Edward pasa más tiempo pensando y esto lo hace reflexionar en la ética de los hombres y de vez en cuando esto le provoca crisis de sueño, las cuales yo trato de remediar bajo cualquier costo. Recuerdo el día en que lo conocí, fue algo curiosísimo, al menos para mí, me habían llevado para unirme a un grupo que era llamado “O.I.J.C” u organización internacional de justicia ciega, y que mejor para eso que ver al propio líder, pero él recién tomaba el cargo y parecía casi tan desinformado como yo –Un chiste- pensé mirando al tipo de diecinueve años con algo de compasión, era una tarde calurosa y lenta de verano, la ciudad dormía bajo el calor insufrible de las tres de la tarde. Siendo aun una muchacha de dieciséis años, no tenía acceso a las armas, pero sin embargo me entrenaron en las artes marciales, en la pelea con cuchillos y las técnicas de manipulación, esto me sirvió bastante al principio. Me uní totalmente un par de meses después de la muerte de mi madre, cuando cumplí los dieciocho años fui probada y enviada a matar a mi padre, pues bien, era un problema difícil, no un problema moral, si no que no sabía como no dejar pistas, simple, inculpando a otra persona, me dije un día, veneno fue lo que le quitó la vida, lo puse en su vino, dejando el recipiente con que contuvo al veneno entre las cosas del hombre ya mencionado, aun no tenía experiencia, era mi primera misión pero aun así resultó bien. Así se hizo, logré asesinarle e inculpar a un amigo de él, que iba casi todos los fines de semana, nunca lo soporté, ahora se pudre aun en la cárcel por un crimen que se piensa, él cometió; aquel hombre juró que probaría que yo había sido la culpable, pero soy histriónica, de hecho fue muy complejo para la psicóloga de los peritos penetrar mi mente, de hecho nunca lo hizo, porque claro, para ellos yo era una muchachita tímida, que acababa de perder a ambos padres de forma abrupta. Por aquellos tiempos Edward parecía más tímido, algunas veces me preguntaría como sería Edward si nunca hubiese asesinado a nadie, posiblemente sería como cualquier otra persona, es el sadismo en sus ojos lo que lo hace diferente. He vivido ya muchos años con él, pero aun así él no conoce todos mis secretos, y yo estoy cierta de que no conozco los suyos.

Ahora contaré por que y como decidí tomar el (para algunos) sórdido y horrible mundo del asesinato. Meses antes de mi cumpleaños número quince conocí a un tipo llamado Arturo, nunca conocí a alguien como él antes, muchas veces me pidió noviazgo, pero a mi poco me importaba y las rechazaba, un día sin embargo no se en que pensaba y le dije que si, grave error, con el paso del tiempo me enamoré perdidamente de este hombre y se convirtió en mi obsesión, no podía respirar si me faltaba y al estar con el sentía paz enorme y mucho amor, jamás amé antes así. Pero un día sin más su mirada de volvió fría e hirió al silencio anunciando <>, desde entonces según la gente me torné sin sentimientos, fría y lúgubre, pero yo si tenía sentimientos, había una herida en mi corazón que expelía veneno, este veneno limpiaba mi cerebro de las tontas reacciones causadas por el enamoramiento o la búsqueda del amor y a la vez hacia que mi estómago se contrajera. Ahora tenía una deuda con Arturo, gracias a él tenía un arma que pocos tenían y esa era la frialdad.

Como ya mencioné conocí a Edward una tarde de sol, me lo imaginaba como un tipo rudo, severo, valiente y por sobre todo astuto, mi decepción fue grande al encontrarme a un muchacho apenas un año mayor que yo, blando, de ojos asustadizos (en esa época) y algo tímido. Yo pensé que seguramente era por aparentar. Pero al convertirme en su mejor amiga me di cuenta de que él era como yo cuando tenía catorce años. Un día simplemente me acerqué a hablar con él, me daba pena verlo tan solo contra el mundo, seguramente no era fácil ser el líder, pero se preguntarán, ¿Por qué el líder tiene estas características?, muy simple, él no es líder por sus características sino que por herencia, su hijo será líder cuando él muera; con el paso del tiempo me convertí en la asesina mejor pagada y esto me trajo varios problemas, problemas de envidia de parte de los otros, sufrí intentos de asesinato, pero, recuerden, yo era la mejor. Aun así mi mente no ha tenido ilusión tal desde que hace dos días se me informó de mi nueva misión, esta vez debía matar a alguien que conocía, y a alguien que conocía muy bien, aunque han pasado ya diez años desde aquello aun disfrutaré matándote, Arturo.

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