sábado, 5 de abril de 2008

Crónica de una mente enferma



II

Esta misión tan especial para mí, no la haré sola, Edward el propio líder irá junto a mí, después de lo ocurrido en la ultima misión fura del país no me dejará sola bajo ninguna circunstancia.

Me desperté arrullada entre los brazos de Edward, seguramente me llevó hasta la cama y no lo percibí, me costó despertar, al hacerlo Edward también lo hizo, se escuchaba una melodía mágica en el aire, era pacífica, serena, no se de donde provenía, me incorporé en la cama y lo primero que vi fueron tres pasajes de avión y algunos documentos necesarios para el viaje que emprenderíamos al otro día. Esta misión era importante, quizás era la misión de mi vida, y la vida quizás es como una película, y esta película que resultaba ser mi vida ahora comenzaba a ponerse interesante. Edward irá conmigo porque en una ocasión resulté herida, una puñalada en el vientre hace tres años acabó con la existencia del ser de tres meses de vida que se escondía en mis entrañas y casi acaba con la mía también. Edward jamás se perdonó haberme dejado sola en aquella misión.
No se porque esta melodía me recuerda esta triste escena de mi vida, seguramente la ópera me pone melancólica, siempre ha sido así.

Miré entonces por el ventanal, fijándome en el enorme reloj que decora suntuosamente el edificio de enfrente, eran las 8:30 de la mañana del domingo 19 de Septiembre del año 2009 y el día es gris, cae llovizna y ya hay movimiento en la ciudad.

La ciudad nunca, duerme, tiene vida propia, respira y la sangre corre por sus cientos de venas, la ciudad tiene su lado hermoso, pero a la vez posee un lado macabro, y eso es lo encantador de estar en ella, no sabes si eres parte de lo hermoso, o lo macabro.

No lo negaré, no quería levantarme, era temprano aun y Edward al parecer compartía la sensación de pereza, me jaló de regreso a la cama y me cubrió, nos quedamos así, largo rato, mirándonos directamente a los ojos, entonces recordé porque estaba con él. Edward no es más que un niño pequeño y asustadizo, con miedo a la soledad, con un disfraz de bestia encima, siempre se refugia en mí y yo adoro eso.

De pronto sonó el teléfono, me apronté a contestar, una voz femenina me anunció su llegada, la reconocí porque me llamo “Hel” y además por su marcado acento extranjero, instruí a la muchacha en como llegar y dejé el auricular de lado, le comenté a Edward de la llegada de Cecil. Él solo suspiró con flojera y me jaló otra vez a las sabanas, besé su mejilla y él en respuesta besó mis labios. Veinte minutos después me levanté y le llevé a Edward una bandeja con el desayuno, yo nunca como por las mañanas, me da asco. En especial por esos días, algo andaba mal, me daban asco más cosas de lo común; me vestí, salí y crucé la calle hasta la farmacia, allí compré una bolsa cargada de guantes de látex, alcohol de curaciones, cuando llegue Edward permanecía acostado.
Me pidió cancelar la misión, pero yo me negué, era muy especial como ya mencioné antes, no la dejaré. Seguimos discutiendo acerca del tema, pero no me convencía el hecho de dejar que mi victima anduviese feliz por la vida por el solo hecho de que él tenía miedo, un tonto miedo a la muerte.

Treinta minutos después sonó el timbre y me acerqué a la puerta y miré por el ojo de cristal que había en ella, del otro lado una mujer de alrededor de un metro y sesenta centímetros esperaba luciendo una blanca sonrisa que contrastaba con su ropa oscura y piel morena. Al reconocerla abrí la puerta y Cecil saludó alegre. La hice entrar y le di un café, me contó las novedades de su vida, y yo le conté las de la mía, consumimos así varios minutos, Edward se limitó a saludarla y ella con cierto escepticismo hizo lo mismo. Se llevaban mal por naturaleza, desde que se conocían, eran enemigos históricos, pero (no por ahondar más su rivalidad) se parecen de sobremanera, su manera de ser, ambos se escuchan aburridos al teléfono, su forma de pensar, incluso sus características físicas, son un dúo increíble. Se acercaba la tarde a pasos agigantados y debíamos estar en la reunión general de nuestra “agrupación…”
Encontré a Cecil un poco más delgada desde la ultima vez, su cara parecía la misma, con la diferencia de que la expresión era bastante más agradable que en la ultima ocasión que la vi.

Pasaron así las horas hablando de cosas con mucho y poco sentido, unas veces cosas que valoré y otras que realmente me parecían desfavorables, Edward en tanto solo la saludó desde lejos y permaneció leyendo una revista de espectáculos con desinterés en un rincón, se acercaba vertiginosamente la hora de salir de allí e ir finalmente a la reunión de la organización.

Cuando faltaron dos horas dejé de lado la conversación y me dirigí a prepararme, la reunión anual sucedería ese día, más de cincuenta asesinos reunidos, en un salón los autores de los crímenes más sádicos de toda América y parte de Europa. Era algo fascinante bajo mi perspectiva, salimos del apartamento temprano, antes de ir directamente al punto de reunión dimos varias vueltas por las calles de la ciudad, cuando faltaron treinta minutos Edward dirigió su auto hasta la enorme casa que había sido prestada para la reunión, llegamos allí y un hombre vestido de terno y corbata nos bario la puerta. El lugar estaba arreglado de forma soberbia, una enorme lámpara colgaba desde el techo y daba una luz amarillenta, la cual se suspendía sobre el reluciente salón, las paredes iluminadas con luces alógenas exhibían enormes cuadros, me acerqué a estos dejando de lado a Cecil y Edward. Examiné cuidadosamente tres cuadros hasta toparme con uno que mostraba una ciudad, la cual reconocí inmediatamente, era Beirut, el Líbano.

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